La primera impresión cuenta.

A las marcas les ocurre lo mismo que a las personas, pueden convencer o no.

Imagínate si te presentas a vender refrescos a una gran empresa y vas a tener una reunión con el director comercial. No te presentarías de igual manera que si quieres vender el refresco en la tienda de la esquina.

Si te presentas como muy grande, el pequeño comercio puede pensar que no podrá permitirse tu servicio y si te presentas nervioso y poco preparado, la empresa puede creer que no podrás con su encargo de miles de refrescos.

Los dos clientes finales son muy importantes para ti porque son tu consumidor de servicios y por lo tanto debes adaptar tu comunicación a cada uno de ellos.

Entonces, como la percepción está en el ojo que mira,
es muy importante pensar a qué tipo publico te quieres dirigir y escoger cómo te vas a vestir o, traducido al mundo de la marca, qué imagen quieres dar.

Al igual que en una persona no solo es importante su vestimenta sino también su conversación, en la marca también nos va a convencer o no su argumento. Por eso la palabra es nuestra mejor aliada a la hora de enviar el mensaje correcto.

Si vamos más allá, cuando nos agrada una persona también nos fijamos en su manera de ser, su estilo, su carácter, esa personalidad que desprende. Esto, aplicado a las empresas, son los valores que una marca representa.

Entonces, no basta solo la imagen. La percepción, la palabra y la emoción que logremos provocar en el cliente final será la base de nuestra identidad de marca.

Una marca debe conseguir respirar en un conjunto estas tres características.
Solo así conseguiremos crear una identidad que comunique
correctamente la percepción que queremos que tengan de nosotros.

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